El Alfil Negro
80 AÑOS DESPUÉS

Por Ramón Ortiz Aguirre
«Ibis, redibis, non moriréis in bello»
(Irás, volverás, no morirás en la guerra)
En este mes de mayo se cumplieron 80 años de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial en el frente europeo. La caída de Berlín fue el punto culminante del conflicto bélico más cruel y, consecuentemente, que trajo la mayor pérdida de vidas. Por su parte, la caída de Japón sucedió hasta el mes de agosto del mismo año, con los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, dando así por concluida la Gran Guerra en el frente del Pacifico. Así, en 1945, el Eje Berlín-Roma-Tokio se desplomó de manera estrepitosa con la muerte de Benito Mussolini, asesinado por un partisano comunista italiano, seguido por el suicidio de Adolf Hitler y la rendición del emperador Hirohito, eventos que concluyeron el dominio del fascismo.
El 16 de abril de 1945 un enorme grupo de fuerzas soviéticas atacaron desde el norte, el este y el sur hacia Berlín. Esta sería la última gran batalla y la que propició la caída del Tercer Reich, el imperio que según los nazis duraría mil años. La URSS concluyó la batalla hasta el 8 y 9 mayo, a pesar de que Stalin, el máximo jerarca soviético, esperaba que sucediera el día primero para así celebrar este triunfo junto al del día del trabajo. Esto lo evitó la resistencia del último eslabón del nazismo, constituido por aproximadamente cuarenta mil soldados de varias divisiones del ejército alemán y las Walffen-SS, aunque ya estaban gravemente mermadas. De hecho, en sus últimos momentos, el Führer dio la orden de enlistar a todos los jóvenes, niños y ancianos para hacer frente al encarnizado avance del Ejército Rojo, triunfante a pesar de perder setenta mil soldados.
¿Por qué, a pesar de lo que nos dicen y cuentan desde Hollywood, el punto final de la guerra no lo dio el ejército de los Estados Unidos de América? Seguramente, porque los rusos lucharon en todo el frente oriental europeo, mientras el resto de los aliados liberaron toda la Europa Poniente y la Central. Como quiera que fuere, allí, aparentemente y al menos por muchos años se dio por muerto al fascismo. Desgraciadamente, hoy nos percatamos de que nunca pereció, sino que ha estado allí, vegetativo en algunos casos, pero latente por décadas: ya fuera en dictaduras, como la franquista en España o las muchas latinoamericanas, o en los sueños febriles de muchos políticos que recientemente han logrado encumbrarse al poder.
Con la llegada de Donald Trump a la presidencia de USA y la imposición de su equipo de colaboradores, en el Imperio se han caído las máscaras de un gran sector de su población. El fascismo se ha revelado como la esencia moral de muchos que se decían orgullosos de haber extirpado el legado hitleriano. Aplaudir las medidas adoptadas por Trump equivale al saludo “Heil Hitler”, tanto como extender el brazo derecho como lo han hecho Elon Musk y otros miembros del equipo de Trump. No pueden negar en ese saludo que el nazismo los identifica plenamente.
En México también han salido del rincón en el que todos sabíamos que se encontraban, los neofascistas. Desde sus columnas periodísticas, programas de televisión, noticieros radiofónicos, redes sociales y las tribunas del congreso y del senado, desinforman tendenciosamente y suspiran porque se nos incorpore a USA como el estado 52, o que se imponga un gobierno vendido a los intereses del gran Imperio. Hoy día vemos con tristeza que ellos practican el racismo, el clasismo, el rechazo a la diversidad sexual y el odio a los inmigrantes. Personajes como Eduardo Verastegui, Lily Téllez, Xóchitl Gálvez, Felipe Calderón, entre muchos otros, desacreditan a quienes no piensan y actúan como ellos.
Ser vecinos del Imperio Norteamericano nos pone en peligro, pero también nos ofrece una prueba para resistir y triunfar, con un pensamiento incluyente y sentido humanista. Después de ochenta años, no podemos y no debemos aplaudir la vuelta del fascismo, sea cual sea su forma de presentarse.

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Ajedrez Político SLP.

RAMÓN ORTIZ AGUIRRE
Originario del Centro Histórico de San Luis Potosí, Profesor Investigador de la Facultad de Ingeniería de la UASLP y Jefe de la División de Difusión Cultural de la misma institución, actualmente jubilado. Especialista en agua y medio ambiente.