El Alfil Negro

CARROÑEROS 

Por Ramón Ortiz Aguirre

“Habet suum venenum blanda oratio
(Las palabras halagüeñas ocultan veneno)

Publilio Syro

Lo sucedido el pasado primero de noviembre en una plaza pública del centro de la ciudad de Uruapan, Michoacán, trajo consigo una serie de preguntas, reflexiones y expresiones diversas. Generó ira, pesar y un profundo análisis de lo que sucede no solamente en Michoacán, sino en todo el país.

 

El asesinato del alcalde Carlos Manzo no ha sido el primero, ni será el último, de una serie de crímenes que iniciaron en el año 2006. Fue entonces cuando Felipe Calderón estableció una estúpida guerra contra el narco.

 

Esa guerra ahora envuelve no solo a los narcos, sino a una amplia gama de delincuentes que conforman el llamado “crimen organizado”. Lo mismo producen droga sintética, que cosechan marihuana y amapola para obtener opioides; secuestran, venden protección y extorsionan a comerciantes, industriales, profesionistas y obreros.

 

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que cualquier ciudadano está sujeto a vivir en una permanente alerta y en un riesgo constante. Irónicamente, Carlos Manzo murió en el festejo del Día de Muertos, cuando estaba encabezando un evento popular en Uruapan denominado “El Festival de las Velas”. Su cuerpo quedó tendido a los pies de una gran imagen de la Catrina. En medio de la algarabía popular se escucharon siete tiros provenientes de una pistola 9 milímetros.

 

El asesino no falló ni uno solo de los disparos, lo que indica que era una persona entrenada para asesinar. Probablemente participó en otros dos homicidios perpetrados tan solo unos días antes. Esto lo determinó la Fiscalía al comparar las marcas que dejan los proyectiles.

 

A Carlos lo acribillaron en dos ocasiones. El primero en hacerlo fue un mocoso de apenas 17 años, a quien ordenaron cumplir una orden. ¿Quién lo mandó y por qué? La respuesta es fácil: muy probablemente el Cártel Jalisco Nueva Generación o cualquiera otro de los grupos que sangran esta parte del país.

 

Ese asesino fue abatido en el mismo lugar en donde yacía el alcalde uruapense. Esto demuestra, una vez más, que para el crimen organizado sus sicarios —halcones infantiles y juveniles— no son más que un producto desechable al que poco o nada le importa su suerte.

 

La segunda vez en que Manzo fue acribillado sucedió muy lejos de Uruapan. Ocurrió, de forma específica, en la Ciudad de México, teniendo como escenarios el Congreso de la Unión y el Senado de la República. Sucedió también en múltiples medios de comunicación, donde los comentócratas descubrieron un filón de oro para atacar al gobierno de la 4T.

Resulta verdaderamente patético y asqueroso ver a una serie de diputados y senadores portando sombreros a los que agregaron pintura roja para simular la sangre del alcalde caído. Fue patética la estridencia de legisladores que se desgañitaban con consignas contra el gobierno, supuestamente reclamando justicia para un hombre y su familia, sin que en verdad les importara un comino.

 

Vimos, como siempre, la intervención llena de odio —que acaba por volverse cómica— proferida por la señora Lilly Téllez. Un poco más cerca de Michoacán, salió Vicente Fox a dar un discurso al pie de una imagen de la Virgen de Guadalupe. Allí, en ese escenario, portando un sombrero y tratando de hacernos entender que él también es del grupo de los “sombrerudos”, Fox, al igual que el mayor deudor fiscal de este país, Ricardo Salinas Pliego, le dieron el tiro de gracia a Carlos Manzo.

 

Las hienas carroñeras no perdieron la oportunidad de tratar de sacar tajada de una desgracia.

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Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Ajedrez Político SLP.

RAMÓN ORTIZ AGUIRRE

ramon.ortiz.aguirre@gmail.com

Originario del Centro Histórico de San Luis Potosí, Profesor Investigador de la Facultad de Ingeniería de la UASLP y Jefe de la División de Difusión Cultural de la misma institución, actualmente jubilado. Especialista en agua y medio ambiente.

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