El alfil negro

Por Ramón Ortiz Aguirre

El don de la palabra

“nascuntur poetae, fiunt oratores”
(Los poetas nacen, los oradores se hacen).

 

Frente al monumento a la Revolución, rodeada de banderas nacionales y ante un público acarreado y a sus espaldas una gigantesca clase de zumba que ni ella ni sus partidos convocaron, la señora Xóchitl Gálvez salió a dar lo que ella llamó su informe como senadora. Honestamente, de informe no tenía nada. Fue sólo un acto político dentro de su candidatura a la presidencia del país. Sin embargo, lo que allí sucedió fue patético y trascendió como uno de los peores discursos políticos en la historia de México.

 

Un orador debe de lucir una adecuada impostación de la voz, además de dominar al auditorio y mantener siempre una expresión corporal que imponga respeto. Igualmente, es muy importante que tenga seguridad en lo que está diciendo y tener un pensamiento lógico y estructurado, apoyándose por un conocimiento de lo que expone con respeto y entusiasmo.

 

La Real Academia Española de la Lengua y sus correspondientes en América Latina, definen a la oratoria como “el arte de hablar con elocuencia”. Es decir, la habilidad de comunicarse de un modo eficaz para deleitar, conmover o persuadir a la audiencia. Pero lo observado y escuchado en el acto político de la señora Xóchitl, fue todo menos una pieza oratoria y en lugar de deleitar, conmover y persuadir a su audiencia, ocasionó hilaridad y lástima a la mayoría de sus oyentes.

 

De la misma manera, tal y como cometió piratería en su tesis profesional, incurrió en la piratería de otros discursos políticos y descaradamente plagió frases de discursos de AMLO y de Luis Donaldo Colosio. Su robo fue tan burdo que, en lugar de decir que veía a un “México con hambre de sed y de justicia”, salió con su batea de babas y dijo que ella “veía a un México con hambre de sed” (sic). Después de ese gazapo, rio de forma simple y burlando, pretextando que se le “fue el discurso”, una arenga que nunca tuvo, pues lo que hizo todo el tiempo fue leer lo que le pusieron en un teleprompter que se apagó y allí acabó paupérrima su pieza oratoria.

 

Un orador debe conocer perfectamente lo que va a presentar en su discurso. Igualmente, debe tener la capacidad de improvisar y ampliar con coherencia lo que está diciendo, sin depender de ningún instrumento en el que le muestren qué tiene que decir.

 

Desde que fui estudiante de primaria hasta hoy en día, he participado en innumerables concursos de oratoria y declamación. Igualmente, he sido jurado en certámenes en diferentes niveles escolares, campeonatos municipales, estatales y regionales y nunca había visto un espectáculo tan patético como el que brindó doña Xóchitl Gálvez. Ella piensa que la oratoria es decir chistes, hablar mal de los demás, reírse repetidamente y hacer el ridículo.

 

Me atrevo a asegurar que, en los próximos meses, durante los templetes y actos políticos, le veremos más actos de comicidad y le escucharemos otras barbaridades. Sé que algunos la festejaran, pero al final de cuentas no son más que burdos intentos de estructurar una pieza oratoria. Hoy Xóchitl nos ha demostrado una vez más que no es poeta ni oradora, en otras palabras, la elocuencia es hija de la experiencia, mientras la poesía lo es de la naturaleza y a ella no se le dan ninguna de las dos.

 

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Ajedrez Político SLP

RAMÓN ORTIZ AGUIRRE

ramon.ortiz.aguirre@gmail.com

Originario del Centro Histórico de San Luis Potosí, Profesor Investigador de la Facultad de Ingeniería de la UASLP y Jefe de la División de Difusión Cultural de la misma institución, actualmente jubilado. Especialista en agua y medio ambiente.

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