El Alfil Negro
EL DÍA QUE CONOCÍ AL CHE

Por Ramón Ortiz Aguirre
“Natali solis invicti”
(Nacimiento del sol invicto)
Hay momentos en la vida que nos marcan y dejan una huella imposible de borrar. Pasan los años y esas anécdotas permanecen en la memoria, porque son historia viva y no un archivo muerto. Al recordarlas, reflexionamos sobre lo hecho y lo vivido, así como en el transcurso del tiempo y la manera en que los acontecimientos influyen no sólo en uno mismo, sino en la sociedad entera. Para mí, uno de esos momentos canónicos fue el día en que conocí al médico y comandante Ernesto Guevara de la Serna, mejor conocido como el “Che” y cambió para siempre mi manera de ver y entender mi realidad, mi país y mi planeta, así como mi comprensión de los retos por venir.
Entiendo que no me creas y pienses que miento: no estuve en Cuba durante la Revolución ni me lo encontré por Buenos Aires o la Ciudad de México cuando se preparaba con Fidel Castro y otros jóvenes cubanos para el derrocamiento del dictador Batista. Es más, ¡yo apenas si tenía cuatro años cuando los revolucionarios cubanos entraron triunfantes a La Habana en 1959! ¿Cómo me atrevo a decir que un día conocí al Che? La historia es como sigue.
En 1968 acompañé a mi padre al entonces Distrito Federal, porque debía atender unos asuntos de su trabajo en varias dependencias, como el Banco Nacional de Obras Públicas (BANOBRAS). El plan incluía, también, recoger boletos para algunos eventos de los Juegos Olímpicos que estaban a punto de ocurrir. Recuerdo que llegamos a la capital desde el domingo 29 de septiembre, para aprovechar el tiempo paseando por la ciudad entre las distintas reuniones en que debía esperarlo en las áreas de recepción de las oficinas.
Cerca del hotel donde nos hospedamos, en el Paseo de la Reforma, vimos a estudiantes que reclamaban al gobierno el respeto a la autonomía universitaria. Igualmente, exigían que cesara la represión y se liberara a presos políticos. Entre sus consignas, se entendía que deseaban un México más igualitario y se mostraban inconformes por la organización de las olimpiadas y los trabajos de construcción del metro, porque no pensaban que fuera ni lo mejor ni lo urgente para los mexicanos.
Todo ese movimiento nos había dado mucho qué pensar y así llegó el día dos de octubre en que acudiríamos a BANOBRAS, en aquel entonces ubicada en Tlatelolco. Apenas llegando, nos dirigimos a la Plaza de las Tres Culturas, porque papá tenía especial interés en presenciar el mitin que allí se desarrollaría y aprovecharía para explicarme lo que sucedía. Los estudiantes volanteaban y boteaban por apoyo económico; unos repartían sus proclamas en hojas impresas en mimeógrafo y había muchas mantas y papeles con la imagen de un hombre con boina.
Le pregunté a mi padre si aquel retrato era el de alguno de los lideres de la UNAM o del Politécnico, pero él me aclaró las dudas: “Es el Ché”, me dijo, “el Comandante Ernesto Guevara de la Serna, uno de los líderes de la revolución cubana” y luego me platicó que hacía un año ya que lo habían asesinado en Bolivia. “¿Y él qué tiene que ver aquí?”, le cuestioné. No recuerdo sus palabras exactas, pero me dijo que él era un símbolo de la búsqueda por la justicia, por la rebelión y por la equidad.
Transcurría el tiempo y vimos llegar niños, jóvenes y hasta personas mayores. Todos escuchábamos el discurso de los líderes del movimiento quienes, desde el edificio Chihuahua, mostraban su inconformidad y enunciaban sus propuestas. De pronto, entre vivas y gritos de apoyo al movimiento estudiantil, nos sobrevoló un helicóptero lanzando unas luces de bengala: entonces comenzaron las detonaciones de armas de fuego. La multitud corrió despavorida, todos queríamos salir de la Plaza de las Tres Culturas. Mi padre me tomó de la mano y me jaló para salir corriendo en nuestra fuga. Vi gente herida. Soldados disparando y, junto al edificio de Relaciones Exteriores, camiones militares para llevarse a la gente.
En la huida perdí uno de mis zapatos y, como corría de forma irregular, terminé por quitarme el otro y lo tiré. Desde aquel lugar hasta el hotel, el trayecto fue muy largo; no encontramos taxi ni camiones ni nada, solo una certeza: al día siguiente regresaríamos a San Luis. Desde entonces, todo lo que vi, escuché, sentí, pensé y hasta lo que corrí no lo he olvidado nunca. No es estrés postraumático ni mucho menos, es un recuerdo amargo, la memoria de una tragedia y un crimen perpetrado en la víspera de la llamadas olimpiada de la paz.
Pero, para mí, sobre todo fue el día en que conocí al Che. Desde entonces he investigado más sobre su vida y he leído todo lo que sobre él he encontrado. He visto decenas de documentales y todas las películas dedicadas a su vida, e incluso fui a seguir la ruta de sus recorridos en Cuba. Al Che terminé buscándolo en América del Sur, en Argentina y en Bolivia. Estuve en la Plaza de la Revolución cuando se les dio un homenaje a sus restos y a los de otros guerrilleros cubanos. Un día fui hasta Santa Clara para visitar su monumento.
De entre toda la bibliografía sobre Ernesto Guevara, la mejor biografía que he leído es la de Paco Ignacio Taibo II, publicada en 1996. Sus páginas describen perfectamente el fenómeno que hoy todavía es su figura: “Desde millones de fotos, carteles, videos, camisetas, postales, discos, libros, frases, testimonios—fantasmas todos ellos de la sociedad industrial, que no sabe depositar sus mitos en la sobriedad de la memoria—, el Che nos vigila. Más allá de toda parafernalia, retorna. Casi treinta años después de su muerte, su imagen cruza generaciones, su mito persigue los delirios de grandeza del neoliberalismo. Irreverente, burlón, terco—moralmente terco—, el Che siempre será motivo de debate”.
Que no se le olvide nunca. Ni a él, ni a la justicia, ni a las autonomías. Han pasado 57 años, aquí sigue él, aquí siguen ellos: ¡Dos de octubre, no se olvida!

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Ajedrez Político SLP.

RAMÓN ORTIZ AGUIRRE
Originario del Centro Histórico de San Luis Potosí, Profesor Investigador de la Facultad de Ingeniería de la UASLP y Jefe de la División de Difusión Cultural de la misma institución, actualmente jubilado. Especialista en agua y medio ambiente.