El alfil negro
Por Ramón Ortiz Aguirre
Están por todos lados
“Cum tacent, clamant”
(Al tiempo que callan, gritan)
- Cicerón
Los veo todos los días en cada esquina. Unos extienden su mano pidiendo una ayuda, otros portan un cartel de cartón en donde dicen ser emigrantes chiapanecos, “ayúdame con algo de comida o agua para beber”. Algunos se han convertido en payasitos de crucero, o venden dulces, sobre todo mazapanes, y muchos de ellos llevan consigo a uno más niños que no tienen un hogar, ni van a la escuela y que sólo Dios sabe si ese día comieron. Son los migrantes que están en nuestras calles y en muy pocos casos nuestra conciencia y sentido humanitario. Han dejado atrás su país o su estado natal, pues los migrantes no son sólo extranjeros: son muchos los que vienen de comunidades de pueblos originarios, en donde no han tenido acceso a lo básico.
La casa del migrante es un refugio en donde pueden hacer una escala en su camino. Allí reciben ayuda, alimentos, ropa y, si es necesario, atención médica. Sin embargo, no pueden quedarse por mucho tiempo, pues se deben de abrir nuevos espacios para los que van llegando. En este justo momento, esa casa es insuficiente, no se pueden quedar por muchos días y aunque el sacerdote que la atiende pide ayuda, muchos cierran los ojos y los oídos, pues los migrantes no son su problema, no les merecen atención. Antes bien, los ven como un problema urbano y social.
He observado a muchas personas de los pueblos originales, hacer suyas las esquinas y los camellones. Ya tienen mucho tiempo en San Luis y, según sé, viven en una de las comunidades de Escalerillas. Lo que resulta innegable que detrás de ellos existe una cadena de traficantes de seres humanos, y aunque no lo puedo comprobar, creo que es algo que salta a la vista. ¿Por qué siguen allí? ¿Por qué llevan todos el mismo letrero? ¿Por qué se comportan igual y no hablan, solo extienden la mano y la mano de los niños? Ojalá y un día intervenga el gobierno, específicamente el DIF, y arranque a esas mujeres y niños de las garras de quienes los vigilan y explotan. Sí, los vigilan, he visto cómo llegan, los dejan y los vigilan. Si alguien trata de platicar con ellos, rápidamente les hacen una señal y se retiran.
La migración es una triste realidad y no sólo se da en nuestro país. Millones emigran desde México a los Estados Unidos y todos los días nos enteramos de las grandes tragedias que ocurren en el Mediterráneo, con los migrantes que viajan en pequeños botes. Nos espantamos de lo que sufren los que escapan de la guerra, de los miles de centroamericanos y haitianos que cruzan por aquí, buscando el sueño americano que acaba convirtiéndose en pesadilla. La migración siempre ha existido. Es doloroso y cruel saber de los espantos que suceden. Los carteles de la droga los emplean como esclavos. Cuando ya no son útiles los asesinan y los echan en una fosa clandestina.
El pasado 8 de septiembre se conmemoró el día de la diáspora del pueblo vasco. Muchos vinieron a América buscando un mejor horizonte de vida y aquí formaron comunidades, establecieron negocios, trabajaron de sol a sol, aunque su corazón se haya quedado en Euskadi. De allá vino parte de mi familia, por eso entiendo el fenómeno de la migración y por eso me duele ver cómo esos hombres, mujeres y niños, al tiempo que callan gritan y las más de las veces no son escuchados.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Ajedrez Político SLP
RAMÓN ORTIZ AGUIRRE
Originario del Centro Histórico de San Luis Potosí, Profesor Investigador de la Facultad de Ingeniería de la UASLP y Jefe de la División de Difusión Cultural de la misma institución, actualmente jubilado. Especialista en agua y medio ambiente.