El Alfil Negro

LOS DUEÑOS DE LAS CALLES

Por Ramón Ortiz Aguirre

“Facta potentiora sunt verbis”
(Los hechos son más fuertes que las palabras)

Principio jurídico romano

Hasta hace algunos años, todavía era motivo de regocijo salir a pasear o de compras por el centro de nuestra ciudad. Las cosas, sin embargo, han cambiado y hoy para casi todos nosotros se trata de un verdadero suplicio, por lo que muchos ya prefieren ir a los modernos centros comerciales extendidos por toda la geografía urbana. Al mismo tiempo, la dinámica de migración interna de la ciudad ha repercutido negativamente en la economía de todo tipo de comercios, poniendo en peligro muchas fuentes de trabajo. Todo esto ha ocasionado un paulatino pero constante abandono de fincas y locales comerciales que terminan vandalizados y llenos de basura y todo tipo de grafitis, lo que a su vez horroriza a propios y extraños, particularmente al turismo que, después de la mala experiencia del centro histórico, juran no volver por esta ciudad.

Como se entiende, los factores de la degradación urbana son múltiples, pero una vez que se han determinado los que dañan más directamente al centro histórico de esta capital, sería conveniente que se proyectará un plan de rescate urgente. Claro que esta acción no les corresponde solamente a las autoridades, tanto municipales como estatales, sino que, en mayor o menor medida, nos compete todos nosotros.

Lo primero que hay que entender es que el centro de nuestra ciudad tiene un trazo urbano muy complicado. En parte, esto se debe a que en el pasado nadie pensó o imaginó siquiera que un día por esas calles circularían autos, camiones y todo tipo de vehículos. De la misma manera, era imposible prevenir que la población capitalina crecería a niveles tan desproporcionados como los que hoy sufrimos; sobre todo cuando transitamos por esas arterias citadinas que se han vuelto insuficientes para desahogar el tráfico, mucho menos para estacionar tantos coches.

A esta limitación urbana hay que sumar el gran problema que es el ambulantaje, un cáncer que se apropió silenciosamente de calles, plazas y banquetas. Estos comerciantes informales, además, son utilizados como grupo de choque por los distintos políticos y agrupaciones cuando quieren obstaculizar el trabajo de las autoridades y los grupos políticos contrarios. Como retribución a su servicio, estos individuos son premiados con la invulnerabilidad. Por esta razón, cada vez que se anuncia cualquier clase de evento en el centro, surgen como cucarachas desde las coladeras, grandes grupos de ambulantes invadiendo las calles para ofertar discos pirata, ropa interior, artesanías y alimentos de diversa índole. Cuando levantan sus puestos para retirarse, estos hombres y mujeres siempre dejan una verdadera porquería. Lo que es peor, como no se cuenta con ninguna clase de sanitario públicos, junto a sus deshechos dejan orines y heces fecales.

De entre este grupo de personas, el mayor problema lo representan los llamados “viene, viene” y los lavacoches. Juntos, estos personajes se dedican a cobrar de manera obligatoria, una tarifa inventada por estacionarse en la vía pública, incluso en las zonas de parquímetros. ¡Ay de usted si no accede a sus peticiones! Lo menos que puede sucederle es un rayón o una llanta ponchada, así que muchos conductores terminan cediendo al miedo y pagando dos veces: una por usar el parquímetro y otra por congraciarse con los lava carros. Por si no fuera suficiente, estos personajes se roban el agua de donde pueden, abandonan sus cubetas encadenadas en las rejas de las ventanas de casas y comercios y no falta el que venda o consuma drogas en plena vía pública consumen.

Tanta desazón produce imaginar siquiera enfrentarse a estos tipos, que un buen amigo renunció definitivamente volver al centro de la ciudad. Su vida entera transcurre hoy en el poniente de la mancha urbana, donde encuentra todo lo que necesita para vivir. Ahí están, por ejemplo, su trabajo, la escuela a la que asisten sus hijos, los centros comerciales, los hospitales, las salas cinematográficas y hasta las agencias de coches. Así como él, otro amigo evita a toda costa pararse en el centro, pero si debe de hacerlo se estaciona siempre a diez o quince cuadras de distancia, para evitar andar como mayate buscando un lugar donde estacionar el carro. Aunque es pesado, me ha confesado igualmente que estas caminatas le están sirviendo para hacer un poco de ejercicio y mejorar sus ya muy deterioradas condiciones cardiovasculares.

Para no abundar más en los ejemplos, por último recuerdo a otro amigo que, decidido a ya no hacer más corajes en el tráfico, mejor renunció a conducir y hoy viaja todo el tiempo en transporte público. Por mi parte, como siempre he sido terco, cuando tengo que ir al centro insisto en ir en mi automóvil. Ya sé que haré uno que otro coraje y también que perderé tiempo buscando un sitio disponible, preferiblemente bajo techo y que ofrezca al menos las garantías mínimas de seguridad.

Hoy por hoy, no sé si alguna vez renunciaré completamente a visitar el centro. De ser así, por favor que no se crea en absoluto que reniego de mi historia, sino porque las calles y los jardines de nuestra ciudad han dejado de ser motivo de orgullo y sitios de paseo, para convertirse en la propiedad de un puñado de individuos empeñados en destruirlas

Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Ajedrez Político SLP.

RAMÓN ORTIZ AGUIRRE

ramon.ortiz.aguirre@gmail.com

Originario del Centro Histórico de San Luis Potosí, Profesor Investigador de la Facultad de Ingeniería de la UASLP y Jefe de la División de Difusión Cultural de la misma institución, actualmente jubilado. Especialista en agua y medio ambiente.

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