JUSTICIA PARA JORGE
Por Edgardo Pérez Alvelais
"Nos acostumbramos a la violencia y esto no es bueno para nuestra sociedad.
Una población insensible es una población peligrosa".
Isaac Asimov
Justicia para Jorge
San Luis Potosí volvió a estremecerse. Esta vez no fue una historia lejana ni una cifra más: fue el asesinato de un joven ejemplar, un muchacho que representaba todo lo que un país roto necesita para sanar. Jorge Eduardo Dávila Ramírez tenía 23 años, era pasante de cirugía maxilofacial de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, hijo de una ingeniera reconocida que, paradójicamente, trabaja para la seguridad de la ciudad, egresado con honores del Instituto Hispano Inglés y poseedor de la calificación más alta en el examen de admisión a la carrera de Médico Estomatólogo.
Un joven brillante, lleno de vida, con una sonrisa franca, con proyectos y metas que se apagaron en segundos, en una calle cualquiera adyacente a la Zona Universitaria, en una madrugada más de miedo en una ciudad que muere al igual que su esperanza cada vez que es sacrificado uno de sus retoños.
Lo balearon cuando intentaron asaltarlo. No era un delincuente, no era un provocador, no estaba en el lugar y momento equivocados como suelen justificar los agoreros de las coincidencias: estaba regresando a casa, en su ciudad, en su entorno, en lo que se supone debía ser una zona universitaria segura. Murió minutos después en el hospital, mientras su madre -una servidora pública dedicada a la seguridad ciudadana- recibía la noticia que ningún padre o madre debería escuchar jamás. Es la ironía más cruel: ni siquiera los hijos de quienes velan por la seguridad están a salvo. Como seres humanos estamos diseñados para enterrar a nuestros progenitores y no al revés. ¡Qué tragedia!
La comunidad universitaria llora y exige justicia para Jorge. Las redes sociales se llenan de indignación mientras las autoridades repiten la misma fórmula: lamentan, condenan y prometen investigar. Pero en los hechos, nada cambia. Ya hemos escuchado demasiadas veces la palabra “investigación”, convertida en una especie de rezo burocrático que no cura ni salva a nadie. El dolor ya no necesita comunicados, necesita justicia. Y justicia significa detener a los responsables, prevenir el siguiente crimen, proteger a quienes todavía caminan con miedo por esas mismas calles.
Otro reto para la fiscal María Manuela García Cázares y el alcalde Enrique Galindo Ceballos que prometió como superpolicía contar con un sistema de cámaras y videovigilancia que permita proteger a la ciudad que cumplió 433 años. Los comités ciudadanos también están heridos.
Este crimen no ocurre en el vacío. Hace apenas unas semanas, la misma Universidad Autónoma de San Luis Potosí fue escenario de una denuncia estremecedora: una joven estudiante acusó haber sido víctima de violación dentro del campus de la jurisprudencia, señalando incluso a líderes estudiantiles de extracción morenista. La indignación estalló entre los alumnos y la institución trató de contener la crisis primero con silencios, lego con palabras vacías y protocolos rebasados. Hoy, otro golpe. Otra vida. Otro silencio que duele. Otro sábado y fin de semana negros que enlutan a la otrora ciudad de los jardines apacibles.
Dos hechos, distintos en forma, iguales en fondo: la inseguridad y la impunidad tocando las puertas de la educación, la juventud, la esperanza. Viví en Montreal y allá lo que más se protege y cuida son a sus niñas, niños, jóvenes y mujeres porque en ese grado -dicen con razón- es cómo se ve y se mide el futuro de la civilización.
Canadá se considera uno de los países más seguros del mundo, con tasas de homicidio y asalto relativamente bajas en comparación con el promedio global y otros países desarrollados como Estados Unidos. Ocupa el puesto 14 en el Índice de Paz Global de 2025, empatado con los Países Bajos. Es el país más pacífico de América. Su baja tasa de criminalidad se atribuye a una cultura de respeto, a una menor posesión de armas, menor influencia de pandillas y una baja densidad de población. Los países más pacíficos con Islandia, que ocupa el primer puesto, seguido por Irlanda y Nueva Zelanda.
Lo que antes se percibía como excepciones, en San Luis Potosí comienza a sentirse como una norma. Los padres temen dejar salir a sus hijos por la noche rezando para que no pase otra tragedia como el Rich que sigue sin justicia para los padres de los muertos. Le piden a Dios que sus hijos e hijas disfruten un momento tranquilo con sus amigos y amigos en el antro de moda, que se supone "seguro", sin que a un loco se le ocurra regresar y balacear a los parroquianos como ocurrió con saldo de dos heridos en la “Terraza Condesa” de la zona "diamante", en el exclusivo poniente de San Luis Capital.
Las madres rezan hasta que escuchan el ruido de la llave girando en la puerta de entrada. Y los jóvenes viven con la conciencia constante de que el miedo se ha vuelto parte de su rutina. Y si alzamos la vista fuera del estado, el panorama se ennegrece aún más. Apenas unos días antes, el país entero se estremecía con el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, a plena luz del día, en un evento público, frente a su familia y su gente. Otro crimen, otro mensaje: nadie está exento. Ni el servidor público, ni el estudiante, ni la mujer que trabaja y sueña con un futuro digno. Nadie.
La violencia y la muerte se han vuelto democráticas: reparten su horror sin distinguir posición, apellido, edad o mérito. La impunidad le ha abierto la puerta y la autoridad parece haberle cedido el asiento. Ya no se trata solo de estadísticas o de “casos aislados”: Se trata de un sistema que ha normalizado la tragedia y de una sociedad que, entre lágrimas y miedo, intenta seguir adelante.
San Luis Potosí no merece esto. México no merece esto. No puede ser que cada semana debamos encender una vela nueva, ni que el nombre de un joven ejemplar se convierta en consigna en redes antes que en símbolo de justicia cumplida. No puede ser que la Universidad -el lugar donde nacen los sueños- sea también el escenario donde se apagan.
Hoy la muerte de Jorge Eduardo nos duele a todos. Nos obliga a mirar de frente la realidad: los buenos, los decentes, los estudiosos, los que trabajan, los que creen en su país, también son víctimas. No hay inmunidad para la bondad ni para el esfuerzo. El miedo se ha infiltrado en cada rincón de la vida cotidiana y el Estado, fallido, en todos sus niveles, parece siempre llegar tarde.
Ya no bastan los minutos de silencio. Ya no sirven los comunicados. Hace falta un golpe de realidad, una acción inmediata, una política seria de seguridad y prevención. Pero sobre todo, hace falta sensibilidad humana. La capacidad de entender que no se trata de estadísticas ni de discursos, sino de vidas. De jóvenes como Jorge Eduardo que querían vivir, trabajar, servir, reír, amar y realizarse.
Que su muerte no sea una página más que se pasa y se olvida. Que nos duela lo suficiente para exigir lo que tantas veces nos prometieron: Vivir sin miedo. Que nos duela tanto, que esta vez sí cambie algo.
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Simultáneas:
- En San Luis no hay seguridad. El abogado penalista Edgardo Hernández Contreras declaró que ante lo acontecido el fin de semana pasado con el asesinato de Jorge Eduardo Dávila Ramírez debe de renunciar el secretario de seguridad municipal, Juan Antonio Villa Gutiérrez: "Ya no caben excusas ni pretextos para que se de cuenta el alcalde Enrique Galindo Ceballos que la inseguridad en la capital nos rebasó; imagínense, ultimar a un estudiante, cerca de donde estudiaba, atacado indiscriminadamente por delincuentes armados", expresó molesto el también ex diputado.
- Una muerte más. El exfuncionario de la extinta PGR preguntó: "¿Cuántas muertes más se necesitan para que Enrique Galindo actúe? Ya no caben excusas ni pretextos para que se dé cuenta el alcalde que la inseguridad en la capital nos rebasó; imagínense, ultimar a un estudiante, cerca de donde estudiaba, atacado indiscriminadamente por asaltantes armados. Mis condolencias para la familia del joven ultimado, de quien ahora sabemos era un hijo y alumno ejemplar a quien le arrebataron su vida y sus sueños", lamentó.
- No dejar que maten la esperanza. Decía el dramaturgo estadounidense Howard Zinn: "No hay bandera lo suficientemente larga para cubrir la vergüenza de matar a gente inocente". Si este país se sigue permitiendo que la esperanza caiga asesinada en una esquina cualquiera, entonces ya no solo estaremos perdiendo vidas. Estaremos perdiendo el alma. Tampoco olvidar lo que Jiddu Krishnamurti, pensador indio y líder espiritual, decía: "La violencia no es solo matar a otro. Hay violencia cuando usamos una palabra denigrante, cuando hacemos gestos para despreciar a otra persona, cuando obedecemos porque hay miedo. La violencia es mucho más sutil, mucho más profunda.
Jiddu Krishnamurti, pensador indio y líder espiritual.
¡Hasta el próximo lunes!