AMLO REFUERZA AUXILIO A DAMNIFICADOS DE ACAPULCO Y ADELANTO DE PROGRAMAS Y PENSIONES DEL BIENESTAR
El presidente Andrés Manuel López Obrador ordenó hoy en La Mañanera reforzar la asistencia a los daminificados de Acapulco por el huracán Otis categoría 5 catastrófico y ordenó adelantar a la gente todas las ayudas sociales y el dinero de las pensiones del Bienestar.
La gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado, informó que en el reporte preliminar suman 45 personas muertas y 47 aún no localizadas. Hay 273 mil viviendas y 600 hoteles afectados y se trabaja para restablecer totalmente los servicios de agua y electricidad. Han llegado ayudas provenientes de 26 estados de la república, incluido San Luis Potosí.
El periodista Héctor de Mauleón escribió para El Universal que "se acabó. Es el Apocalipsis de una ciudad. No se está preparado para encontrar imágenes como estas. Kilómetros de ruinas, escombros, autos volteados, postes caídos, árboles derrumbados, casas sin techo, edificios sin puertas, construcciones con todos los cristales rotos, tiendas y negocios con las cortinas metálicas despedazadas, cables eléctricos que forman espantosas telarañas sobre lo que un día fue el puerto de Acapulco.
Ir de la caseta de entrada a la glorieta de la Diana llega a tomar cuatro horas: una odisea, un calvario entre el calor asfixiante y el hervidero de autos detenidos.
Desde ahí se comienza a mostrar el horror de Acapulco: un paisaje donde se amontonan, junto al desastre, la piel de la miseria y caravanas de gente que arrastra, carga, lleva en carretillas y “diablitos” los objetos que acaba de saquear.
Todo es tan irreal que parece un sueño. Durante esas horas no dejan de pasar cientos de hombres, mujeres, niños y ancianos con cajas de chiles, de papas, de servilletas, de papel de baño, de refrescos, de cervezas, de cigarros, de todo lo que pueden cargar.
Un desfile de garrafones, llantas, refrigeradores, baterías de auto, cajas registradoras, televisores, aparatos de sonido.
En Acapulco vino primero la devastación del huracán. Ahora está en marcha la de la rapiña. `Se llevaron hasta la silla del mostrador', dice un hombre frente a una miscelánea completamente saqueada.
Walmart, Coppel, Sams, Soriana, Elektra. Todas tienen los vidrios rotos. La gente sigue buscando entre los anaqueles vacíos y algunos cargan incluso con los anaqueles vacíos.
La avalancha cayó sobre Home Depot y Office Depot. Fueron saqueadas tiendas de empeño. Un centro de distribución Telcel está ahora completamente vacío. De los Oxxo, no quedó uno vivo: por la noche, en la Zona Diamante, alguien fue a avisarle a una patrulla de la Guardia Nacional que tres hombres se estaban llevando incluso la caja fuerte.
Absolutamente todo está lleno de muchedumbres errantes. Frente a las contadas estaciones de gasolina que siguen abiertas se forman filas de personas que deben esperar hasta ocho horas para poder comprar 20 litros de gasolina. Cuando la reserva de combustible se agota, las escenas de rabia y desesperación retumban en las calles.
La incesante, iridiscente Costera de otros días, llena de ruido y de ráfagas de color enloquecido, ha dejado de existir. Al avanzar a lo largo de la hecatombe, entre sombras de lo que fueron hoteles, restaurantes, antros, edificios —el viejo ensueño de fama universal que todo mundo alguna vez llegó a buscar y a encontrar—, Acapulco parece un lugar que hubiera sido abandonado hace 200 años.
Pero no fue así, la ciudad entera quedó destruida en una sola noche.
Hace apenas una semana, en el puerto se esperaba, para el periodo decembrino, la llegada de más de un millón de turistas (en el verano lo visitaron 977 mil); se calculaba una derrama de más de más de 6 mil millones de pesos.
El huracán Otis lo cambió todo. En cosa de tres horas, cambió la realidad para 800 mil personas.
A la mañana siguiente, en el fraccionamiento Las Playas, los pájaros no cantaron por primera vez en 22 años. La razón: todos los árboles habían desaparecido. Caía sobre las calles un silencio de tumba.
'Cuando salgas y veas no te asustes, ya no hay nada', le dijo Reynaldo Álvarez a su esposa Nayibe.
Habían pasado la noche encerrados en el baño de su casa. A la medianoche del martes 24, Otis había comenzado a rugir. “Todo tronaba, todo rompía, todo volaba. El piso se cimbraba peor que en el terremoto, y así por horas. No había luz. Acapulco estaba en la peor de las oscuridades. Nuestros cuerpos se quedaron sin fuerza, como si hubiéramos luchado por horas con algo invisible”, narra la señora Álvarez.
'No puede ser verdad lo que veo, qué es esto', dijo Álvarez cuando salió a la calle".